Brebajes

sábado, 8 de octubre de 2011

La piedra

Las primeras lluvias del otoño me embriagan, creía haber estado en el paraíso, un breve instante solamente pude disfrutar, otra vez las sombras nocturnas me acosan, y mi mente se pierde entre las almohadas. Me pregunto dentro y fuera del sueño, ¿dónde pasaré el próximo invierno?. Veinte, numero maldecido, estoy atrapada en un laberinto llamado dilema. ¿Cómo decir y gritar que quiero ser libre? y ¿cómo callar esa voz solitaria que me cura? 
Tantos navegantes me aturden, sólo quiero escapar de mi misma, soy tan impaciente que todo me aburre, todo me parece tan cotidiano y los entes que se escapan de la cordura, me traen felicidad y libertad solo por un momento. Que terrible destino me oprime el corazón. 
El volante se encuentra desprotegido, tomo la llave y enciendo el motor, hacia ningún lugar, hacia el infinito, hacia la muerte entera dentro de un segundo. Llego por fortuna a la sobria clínica, donde se agrupan las almas enfermas, el color se apodera de los planos y ahora me toca aquella prueba fatal.
El doctor con su bata de un blanco cascarón, me mira de reojo, prepara la jeringa de magnitud impresionante y  me dice sin mover los labios. 
-cierre su mano señorita-
 Observo con atención aquel ritual, el doctor se desespera un poco pues no encuentra rastro de mis venas, golpea mi antebrazo y un hilito se distingue. Recuerdo el ardor de la torunda de alcohol que ahora traspasa mis poros cortados. parece que no le atina a mi vena, atraviesa picando dos veces mi piel lastimada hasta que encuentra por fin mi oscura sangre, sacaba un litro, después dos, mi brazo un poco pálido estaba vaciándose, me pide que voltee la mano, así lo hago y me desangro.
Salí de la clínica tan débil,  con un valioso negativo, que alivio me trajeron aquellas palabras, ahora resucito y salgo a la mañana donde me espera ese hombre de piedra, gigante colosal que me besa las manos. Salimos,  me observa con atención, empieza a molestarme un poco, en realidad es aquel delirio de persecución que aún no logro superar. Me escapo hacia mi mundo ficticio, me despido con dulzura.
 -Adiós buena tarde, nos veremos algún otro día-
 Todo marchaba perfecto, llegaba la media noche, mi antigua novia pedía explicaciones, la deje hablando sola decidí, descansar de todo. Cierro los ojos y bajo de la nave. En paz por fin me desnudo, observo mi cuerpo hechicero, toco mi silueta tibia. Y de repente suena como el demonio aquel teléfono. El hombre de piedra me vuelve a buscar. Me dice en un susurro.
 -Quiero verte mañana, por favor-

Llega la tarde, llego tarde a la cita,  oliendo a sandía.  Él se encontraba ahí sentado entre las demás sombras y lo observo. Encontramos nuestras miradas y nos vamos hacia el centro del planeta. 
Es un solitario como yo, por un momento su mirada empieza a brillar, pero algo falta no encuentro las palabras para amar. 
El bosque nocturno nos abraza, llegamos a la fuente de una condesa muerta, historias y fumarolas. Mi mente divaga, el camino se desvanece y llegamos  a la jaima, todo se esfuma de repente, me veo seducida por el cinema, disfruto aquella historia de la Patagonia, sin embargo pasa el tiempo y como siempre me fastidio.  Otra vez despierto y me dejo llevar por aquel casi desconocido. Me da una infusión maravillosa de té rojo. Bebo distraída, con nostalgia por no ver a mi amado Dioniso.

Escaleras solitarias, vapor nocturno entre las miradas, mis labios ahogados entre aquella sustancia roja se comportan traviesos. El hombre de piedra me roba un beso, que fastidio, escuchar todo esa miel de falso panal. Llego a mi cripta dejo un beso en los labios de la piedra y me voy aburrida.

Pasan los días, uno, dos, tres, el teléfono suena de nuevo otra vez el hombre de piedra, que fastidio. Me quiero escapar, un circo ha llegado a mi ciudad, el domador me ha conquistado, una promesa de silencio entre el espectáculo. Salgo a la calle decidida a partir con aquel artista y se cruza en mi camino el hombre de piedra con sus brazos abiertos. Que terror dice mi mente. Corro sin rumbo a escapar de aquel loco. Aunque en repetidas ocasiones me parece que la loca soy yo. 
No tengo otra opción tendré que asesinarlo tanta ternura me empalaga.
Maldita sea porque nadie me entiende, estoy hasta la madre de esos falsos amores, que no entienden que ya no tengo corazón. 
 Ahora la gran duda, como matar a una piedra, como herir esa cubierta. Estoy molesta necesito un trago,  para terminar de joder a mi cordura, el teléfono suena otra vez.  
-No estoy- 
Agarro el teléfono y lo aviento, mi pobre gato se atraviesa y recibe el golpe, se queda en el piso descansando, tenía mucho sueño pues aún espero a que despierte.

Preparo la tinta, una jeringa y el litro de gasolina. Agarro mi bicicleta, pensé demasiado las cosas creo, que él no merece morir después de todo, yo tengo que partir.  Voy de regreso a casa, disfrutando la brisa, la cordura otra vez me abraza, sonrió y llego a la plaza donde leo un libro, la paz y su vestido me cubren de este frio. 
Encuentro a algunos conocidos, platicamos y hacemos algo de teatro en la calle como debe serlo, la gente normal nos da mucho dinero, tenemos suficiente para hacerle el amor a Dioniso, mi pasatiempo favorito. Me sentía libre y un poco ebria. Nos sentamos en la esquina, donde está la tienda preferida de la burguesía, el cielo nos deja ver un espectáculo, una galaxia se distingue entre las nubes, le gritamos poemas al universo, ahí estaba mi rival la otra mujer que intenta quitarme mi magia, sin embargo el vino tinto me ha tranquilizado, la tolero, pues la intrusa nunca habla en mi presencia.  Todo iba perfecto, magia y juglares, distingo a lo lejos la porosidad de un recuerdo. Viene hacia mí la piedra, la maldita , otra vez los demonios se despiertan, me levanto y corro tan lejos como puedo y él me persigue con sus palabras de cariño, aaaggr me cagas idiota ¿qué no entiendes que quiero solo estar sola? llego a donde están mis pertenencias esto ya se salió de control, al fin me alcanza y me abraza, siento morir mi espíritu entre sus manos, con discreción abro la gasolina roció toda su faz con ese liquido, salpica un poco hacia mi cabello me alejo y le aviento un fosforo encendido. Solo escucho los gritos a lo lejos, pues la caravana del circo se aleja ruidosa.





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