Siento como las barreras aprietan fuerte, el destino
incierto. Un día es feliz la nereida, bajo el mar jugaban los hipocampos
sin temor a las fuertes corrientes. Ahora todo da un giro, frustración moderada
por un sentimiento de aspereza mental, encubierta por el temor a lo
desconocido. Saber que eres bueno en fuego, agua, tierra y aire y aún así no
perteneces a ningún elemento. El compañero atópico sigue presente todas las
noches, extraño a la corpórea ninfa que era exquisita para los ojos, velo por
el sufrimiento que yo mismo he causado. Y el amor llega otras veinte mil veces,
y ya no le creo. Rompemos las olas entre susurros de seducción nadie sabe que
pasa en realidad dentro del oscuro remolino.